—¿La Casa Lunar?
La Casa Lunar era una mansión que mi padre había comenzado a construir desde mi nacimiento. Un lugar destinado a albergar todas las reliquias sagradas de la Diosa de la Luna. Cada losa, cada árbol, cada flor en aquel jardín estaba imbuido de su bendición y poder divino.
Medio año atrás, cuando la Casa Lunar estaba a punto de completarse, mi padre encomendó los últimos detalles a Quinto, pues sería mi regalo de la ceremonia de mayoría de edad.
Y ahora, lo que debería ser mío, se lo habían entregado a Silvia. ¡Ella ya vivía allí!
Mi mirada, cargada de oscuridad, se posó sobre Quinto.
—Silvia creció en la pobreza, sin siquiera haber visto una piedra lunar de cerca. Solo cumplí su deseo. Además, sigues siendo la dueña de la Casa Lunar. No seas irracional. ¿Acaso no basta con anunciar la fecha de nuestra ceremonia de apareamiento durante tu ceremonia de mayoría de edad?
Al ver la expresión de sacrificio en el rostro de Quinto, casi me sentí como si hubiera sido yo la adoptada.
Pero todos los presentes tomaron su parte:
—¿Por qué te sacrificas así? Evelina es temperamental, mezquina y ni siquiera tiene un lobo. ¡Más vale morir solo que casarte con ella!
—Al menos, esta vez Evelina enloquecerá de felicidad, después de rogarte tantos años.
—Quinto, no te cases con alguien así por mí. ¡Pediré perdón, me arrodillaré, me golpearé si es necesario!
Me reí con frialdad.
—Tranquilo, no te elegiré a ti —dije, clavándole una mirada gélida.
Quinto arqueó una ceja, esbozando una sonrisa burlona.
Sin querer seguir frente a esos tres hombres desleales, me di media vuelta para marcharme. Pero Silvia agarró mi falda.
—¡Por favor, Evelina! No obligues a Quinto. Ellos tres solo fueron adoptados por el Rey Alfa para ti, siempre humillados. Si estás enojada porque me dieron la Casa Lunar, me postraré mil veces.
Sin esperar respuesta, comenzó a golpear su frente contra el suelo, hasta que las losas se tiñeron de sangre.
Quinto la levantó bruscamente, soltando su furia contra mí:
—Sé que lo de no elegirme es mentira. Solo quieres humillar a Silvia. ¿Planeas echarla quejándote al Rey? ¡Mientras yo viva, ella se queda!
—Sé que no me crees. Pero jamás he oprimido a Silvia. Y tampoco te elegiré a ti como compañero.
Creí que podría irme, pero él me agarró la muñeca, con el desprecio brillando en sus ojos.
—Entonces, ¿a quién? ¿A Masón o a Caín? Caín es aceptado en la Academia Imperial de Arte y Masón prefiere vagar libre antes que un trono Alfa. ¿Después de aguantarte diez años, también los arrastrarás al infierno? Aceptaré el contrato de pareja contigo. Deja en paz a Silvia y no causes más problemas.
Sus ojos mostraban un agotamiento profundo, como si yo lo hubiera llevado al límite.
Miré fijamente a Quinto, y, con voz fría, solté:
—Sé lo que quieres y lo tendrás.
Temía que lastimara a Silvia, pero odiaba la idea de ser mi compañero. En su corazón, solo había espacio para ella.
Pero en mi ceremonia de mayoría de edad anunciaría la alianza de apareamiento con Héctor.
¡No los quería a ninguno de los tres!