Cuando los adoptó, Quinto insistió en conservar su apellido. Padre no lo obligó a cambiarlo.Hasta ahora, Quinto alzó la mirada, sus ojos—antes cálidos—ahora llenos de veneno, como si quisiera despedazarme.Al verme alejarme de él, Héctor apretó mi mano con más fuerza, una sonrisa en sus ojos.Quinto tragó saliva, como si tuviera óxido en la garganta. Tras un silencio, preguntó con voz ronca:—¿De verdad elegirás a Héctor?—Quinto, ¿quién te da permiso para hablar así?La voz de mi padre cortó el aire como escarcha. Se plantó a mi lado, sus ojos de águila quemando a Quinto, como si quisiera reducirlo a cenizas.Bajo esa mirada, Quinto se encogió, sin atreverse a replicar.—Lo siento. —murmuró, la humillación empapando cada palabra.Ante mi padre, Quinto siempre se sentía como un ser inferior, porque él era el receptor de favores.Al ver su expresión, ya no lo consolé como solía hacerlo. Hubo un tiempo en que siempre le explicaba pacientemente a Quinto que la severidad de mi
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