Una gran cantidad de regalos de lujo llenaba la sala de estar.
Dulcinea no les prestó atención.
Como de costumbre, acunó a Alegría hasta que se durmió y luego la pasó a la sirvienta. Cuando regresó a la habitación, se sentó en el sofá y abrió uno o dos regalos. Tal como esperaba, eran joyas.
Perdió el interés de inmediato.
Luis, sentado frente a ella, vio el collar de diamantes y preguntó con indiferencia:
—¿No te gusta?
Dulcinea sacudió la cabeza suavemente.
Acariciando su vientre aún plano, dijo:
—No es que no me guste. Luis, sabes que no soy tan materialista. A veces necesito más dinero en efectivo. Recuerdo cuando vivíamos en Ciudad BA. No podía usar la tarjeta de mi hermano y no me atrevía a pedirte dinero. Nunca salía a eventos sociales porque a veces no tenía ni para una comida… Ahora tenemos otro hijo en camino, y con Leonardo y Alegría, hay muchos gastos. No puedo seguir pidiéndole dinero a las sirvientas, ¿verdad?
—Ser la señora Fernández así es muy humillante.
…
Luis sonrió: