Pablo se acercó y la abrazó suavemente por detrás. No hizo nada más, solo la abrazó, susurrando disculpas y preguntándose en voz baja… ¿había alguna posibilidad entre ellos?
Ana observó durante un buen rato antes de decidirse a avanzar. Justo cuando iba a moverse, una mano la rodeó por la espalda, y enseguida se encontró cayendo en unos brazos cálidos. Era Mario.
Mario inclinó la cabeza, sus labios rozaron su oído:
—Déjalos que se arreglen solos. No te preocupes, María no saldrá perdiendo.
Ana luchó en vano, apretando los dientes:
—¡Suéltame!
El rostro de Mario ardía un poco mientras la miraba de reojo, con su pequeña cara enojada, y dijo suavemente:
—He enviado a tu chofer de regreso. Yo he bebido, así que tú manejas mi coche.
Ana se negó.
Mario añadió:
—Está nevando afuera ahora mismo. Si conduzco, podría haber un accidente.
Era evidentemente un sinvergüenza.
Ana forcejeó de nuevo, y esta vez él la soltó. Ella lo miró con desdén:
—Antes no me había dado cuenta de lo sinvergüenza que