Eran las dos de la tarde cuando Ana y Emma se dirigían al Grupo Lewis. Emma había insistido en llevar a su perro consigo. Al llegar, Emma y su perro corrieron hacia el vestíbulo; el perro parecía comprender la situación y se movía con soltura. De repente, unos tacones altos resonaron en el suelo deteniéndose frente a ella, y una voz fría cortó el aire:
—Esto es una empresa, no un parque. ¿Cómo se permite la entrada de niños y perros? ¿Dónde está el personal de seguridad para llevarse a este animal?
En ese momento, Ana alcanzó a ver a Frida, quien se mostró sorprendida al verla, y luego su mirada se dirigió hacia Emma. Con un tono tenso, Frida inquirió:
—¿Acaso ella es tu hija con el señor Lewis?
Ana decidió ignorar el comentario y se acercó a Emma, quien estaba al borde de las lágrimas:
—Mamá, esa mujer está regañando a Shehy y quiere que lo echen. Pídele a papá que la despida.
Emma parecía ver la oficina como su propio terreno de juego, donde podía tomar decisiones sobre despidos a vo