Todo ese destrozo trajo consecuencias reales al alfa de la manada.
La reunión se celebró bajo el gran roble seco, donde se discutían los temas más espinosos. Las ramas torcidas, sin hojas, parecían escuchar con juicio. Nya, vestida con una túnica marfil impecable, mantuvo el mentón en alto y apuntó a Noah con el dedo índice. Su rostro destilaba furia. La voz vibraba con veneno.
—Es inaceptable que ese lobo al que llamas consejero se comporte de esa manera tan inapropiada. Puedo levantar una queja directa al Rey y...
—Hazlo —interrumpió Noah con voz firme, sin inmutarse—. Soy el alfa de esta manada. Resuelvo los conflictos de los míos. Y, según varios testimonios, la actitud de tu nieta ha sido la de una dictadora.
El calor del mediodía no sofocaba tanto como la tensión que se instaló entre los presentes.
—Ustedes están aquí por orden del Rey, no por elección mía. Y no lo olvides: los únicos que han faltado al respeto son ustedes.
—No sé de qué habla —murmuró el anciano, mir