Esa era la trampa, ahí se resumía la amabilidad del monarca. Noah apretó los puños y la mandíbula. Quiso gritar. Necesitó lanzarse contra ese supuesto Rey.
Lucian era un maldito y cumplía con su papel. Pero ese lobo frente a él fingía ser bondadoso y admirable, cuando en realidad albergaba planes más perversos que el mismísimo “alfa demonio”.
—¿Me puede otorgar la palabra, su majestad? —preguntó con una expresión sombría. Su rostro revelaba el odio y la rabia acumulada.
—Adelante —el Rey disfrutaba contemplar los rostros ajenos llenos de desasosiego y ansiedad.
—¿Qué desea a cambio de la libertad de mi compañera? Puede convertirme en lo que requiera. Haré lo que pida. Pero tiene que existir una manera en que ella y mis hijos consigan su libertad.
—Noahleem, he concedido tu deseo de restaurar las tierras de tu padre. Estás obligado a cumplir los mandatos que te ordene.
—Tiene que haber otra cosa —Noah conocía bien hacia dónde se dirigía todo.
La Reina notó las lágrimas de desespe