La lengua de Noah reclamó su boca con posesión absoluta. El pecho de Leah se agitó, cada que uno aspiraba el aroma del otro avivaba el fuego entre ellos.
Una contracción dulce y profunda recorrió su vientre. Al acomodarse en la cama y cruzar las piernas, la humedad entre sus muslos la delató por completo.
Él suavizó el beso hasta convertirlo en un roce de labios sedoso. La loba embarazada abrió los ojos y se encontró con la mirada feroz de su compañero, cargada de la misma necesidad que latía en sus venas.
Un suspiro infantil desde la cama los devolvió a la realidad. Leah contuvo el aliento mientras las hormonas alborotadas la hacían pasar con brusquedad de un sentimiento a otro, deseo y decepción. En la profundidad de los ojos de Noah, la lujuria aún brillaba, lo que respondió su pregunta silenciosa: a él también le costaba no reclamar lo que por derecho era suyo.
Pasados unos minutos, su respiración recuperó la calma. Leah parpadeó varias veces y permitió que el cansancio sellara su