Lucian estaba en el centro del salón principal, flanqueado por columnas de piedra tallada. El fuego de las antorchas parpadeaba contra sus mejillas duras, mientras calculaba su próximo ataque. Un movimiento decisivo.
La bruja de Astro, Nahuel, de rodillas en el suelo, se cortaba las palmas de las manos con desesperación para traer una visión. Lo que fuera… o ese alfa le cortaría la cabeza.
El alfa la miraba, sin embargo, su atención la tenía otra cosa. No podía sacarse de la cabeza el rostro angelical de cierta loba… Ese cabello castaño. Ese olor a miel tibia mezclada con un rastro de ámbar silvestre. Leah. La maldita Leah.
Su paradero era un enigma que lo carcomía. Le apretaba el pecho y lo hacía enfurecer al punto de destruir todo a su paso.
Nadie la había visto. Nadie se atrevía a decir su nombre.
Entonces, uno de sus guardias entró con pasos medidos. Se inclinó con respeto antes de hablar:
—Mi señor, mi alfa… hay algo que necesita saber.
Lucian giró en su dirección con una mirada