El camino se volvió eterno. Su mente era un torbellino. No entendía qué era lo que la desgarraba por dentro, pero sentía una opresión en el alma, una mezcla de miedo y…
Entonces, el golpe seco.
Michelle apareció de la nada y, al pasar, la empujó con el hombro, con toda la intención de hacerla caer.
Leah cayó de nalgas al suelo. Ese día no estaba dispuesta a dejarse, no iba a dejar pasar nada.
Se levantó y la herida de su mano dejó de doler.
El cansancio, el estrés, la presión… todo estalló en su pecho. Sin pensarlo, le regresó el empujón, uno seco, directo, con la poca fuerza que le quedaba.
La otra no se lo pensó.
Michelle rugió y se lanzó sobre ella. El primer golpe fue brutal: un puñetazo directo a la mejilla que le hizo ver destellos. Leah trastabilló, pero se mantuvo en pie. El sabor metálico de la sangre le inundó la boca. No importaba.
Sabía que no tenía oportunidad. Michelle era más fuerte, más rápida, más grande. Pero al menos un golpe… uno… se lo cobraría.
—¡Maldita seas!