El pecho de Rutt era un volcán a punto de erupcionar.
Sus ojos, normalmente claros y cálidos, parecían dos pozos negros de deseo incontrolable.
Aspiró con brusquedad. Desesperado.
Soltó a la loba inconsciente y la dejó tendida en el suelo frío.
Su mirada osciló de un lado a otro, hasta clavarse en ella: una loba joven, temblorosa, con el aroma fresco del primer celo aferrado a su piel.
Ese olor lo enloqueció.
La loba, que abrazaba asustada a los cachorros, lo vio avanzar en su dirección.
—Rutt... —susurró Leah desde la distancia.
Pero él ya no estaba ahí.
La razón lo había abandonado.
Su cuerpo temblaba por la adrenalina, por el deseo animal que le rugía en las entrañas.
Caminó hacia la joven loba con las manos abiertas y la respiración entrecortada, como si en cualquier instante fuera a lanzarse sobre ella.
—¡RUTT! —gritó Leah, horrorizada.
Pero él no la escuchó.
Ya estaba encima de la chica, a punto de sujetarla por la cintura cuando...
—¡Qué carajo te p