Yulia se quedó callada. A su lado estaba Iker, sentado en silencio.
Iker, con su carita algo curiosa, también llevaba puesta una mascarilla. Los niños siempre tienen esa necesidad de saberlo todo. Quería probarse la mascarilla, y Marina, sin decirle nada, lo dejó hacer.
De repente, Iker sintió sed y, con su vocecita melodiosa, dijo:
—Diego, tengo sed.
Como Diego era el único que no llevaba mascarilla y estaba libre, al escuchar a su hijo pedir agua, gruñó con algo de molestia y no le prestó mucha atención.
No era su esposa quien pedía el favor, y además, ¡su hijo quería que él le sirviera! ¡Eso sí que era una verdadera locura!
Iker, frustrado, pensó que su papá no era nada considerado.
—Cuando seas viejo, yo tampoco te voy a cuidar, ¿eh?
Yulia, algo incómoda, se alejó discreta de su hermano, que siempre desafiaba la autoridad de papá.
Diego levantó a Iker y lo llevó al baño a lavarse la cara, diciéndole que fuera él mismo a servirse el agua.
—¡Papá! ¡Aún tengo la mascarilla!
—¡Papá, no