Cuando Diego terminó de organizarse y se dirigió al cuarto de Iker, lo encontró profundamente dormido. Se acercó a su cama y, con dulzura, le dijo:
—Iker, despierta, es hora de comer pastelito.
Pasaron unos cuantos segundos hasta que Iker abrió los ojos de golpe, como si fuera un ligero resorte, y con toda su energía gritó enseguida:
—¡¿Pastel?! ¡Quiero comer pastel!
Saltó emocionado de la cama como si no pesara nada y corrió directo al baño a cepillarse los dientes. Diego no mentía, había preparado pastelito para el desayuno de Iker.
Cuando bajaron, Yulia ya estaba sentada en la mesa ansiosa esperándolos. La familia tenía planeado hacer ejercicio junta esa mañana. Primero comieron algo ligero para abrir el apetito y, después de unos veinte minutos, salieron tranquilos de la casa.
El parque junto al río tenía un carril exclusivo para bicicletas, y en él aparecieron tres figuras pedaleando. Iker, con su pequeña bicicleta, se esforzaba al máximo para alcanzar a su hermana, mientras Diego