Marina no pudo evitar en ese instante reírse al ver a Diego tan empeñado en hacer el desayuno. Se giró y, mientras seguía cocinando, le dijo:
—Mira, hasta Iker lo está diciendo, mejor ya no sigas con esto.
Diego soltó un gruñido, se acercó a la puerta y la cerró con fuerza para evitar que los dos entraran a interrumpir. Marina, al verlo, sorprendida lo miró con una ceja levantada, algo confundida.
—¿Y ahora qué estás haciendo, cerrando la puerta? —preguntó curiosa, mientras seguía moviendo la cuchara.
Era de día. No podía estar haciendo nada raro.
Diego, parado justo detrás de ella, la rodeó con ambos brazos y, en un tono bajo, le susurró cariñoso al oído:
—No quiero que te levantes tan temprano a hacerles el desayuno. Podemos simplemente comprar la casa de al lado, poner a un chef allí y que nos lo traigan todo.
Marina apagó de inmediato el fuego, se giró y, poniéndose de puntillas, le dio un beso rápido en la mejilla.
—Ok.
Mientras tanto, afuera en la mesa, Yulia estaba esperando pac