Al día siguiente en horas de la mañana, los niños del pueblo estaban muy emocionados, todos reunidos frente a la casa del alcalde, esperando ansiosos su turno para recibir los regalos.
Las cajas con los obsequios estaban amontonadas junto a la puerta, y los niños no podían dejar de mirarlas con grandes ansias.
Los regalos que Rufino y su grupo trajeron eran juguetes, muñecas y útiles escolares. Cuando los niños comenzaron a recibir sus regalos, todos se pusieron felices, sus caritas brillaban de emoción.
Algunos padres se acercaron curiosos, viendo lo que pasaba, y el ambiente se llenó de risas y charlas.
Rufino, sonriendo, le preguntó curioso al alcalde:
—¿Ya llegaron todos los niños? Trajimos un montón de regalos, parece que hasta van a sobrar regalos.
El alcalde miró a su alrededor y, al ver a Vicente, recordó a la niña adoptada y dijo:
—Falta una niña en la casa de Vicente.
Rufino, sin perder la compostura, siguió sonriendo:
—Entonces que vayan a buscarla también a ella, todos los