Diego estaba de pie en el altar, esperando ansioso a Marina. Cuando vio a Armando entre los invitados, no pudo evitar sentir un indicio de sorpresa, pero rápidamente recordó que no era el momento para pensar en eso.
Desde la audiencia, Lidia vio a Diego y, emocionada, casi gritó:
—¡Papá!
Pero Vera, más rápida que el viento, le tapó la boca con la mano y le susurró al oído:
—¡Lidia, por favor! No grites, te van a regañar.
Lidia en ese momento se quedó con cara de tristeza, como si fuera a ponerse a llorar, pero no dijo nada más.
La marcha nupcial empezó a sonar. Con el brazo de Eduardo sobre el suyo, Marina caminó paso a paso hacia Diego. Ella puso su mano con cariño sobre la de él.
Diego apretó su mano con fuerza.
El maestro de ceremonias comenzó:
—Hoy estamos aquí para ser testigos del matrimonio de Diego y Marina. Han superado muchas pruebas, y hoy, por fin, están juntos. ¡Les pido que les enviemos nuestros mejores deseos!
Diego y Marina intercambiaron votos y anillos, con los ojos b