Estas dos preguntas eran bastante incisivas.
Sin embargo, Mateo no mostró incomodidad en su rostro. Me hizo un gesto para que me acercara un poco: —Acércate un poco, te lo diré.
Me incliné unos centímetros: —Dime.
El espacio en el coche era reducido, y además del conductor no había nadie más. ¿Para qué tanto misterio?
Mateo se inclinó ligeramente hacia mí, con una sonrisa burlona: —No me gustan las personas que son demasiado torpes.
Me quedé sin palabras.
Me incorporé de golpe y le lancé una mirada furiosa: —¿Entonces debería agradecerte por tu ayuda?
—No me importa.
Sonrió con amabilidad.
Siempre con esa actitud molesta.
A pesar de todo, no podía ignorar la ayuda que me había brindado. Incliné la cabeza: —Gracias por lo que hiciste antes.
Sus dedos elegantes golpeaban distraídamente el borde de la ventana: —Si no hubiera venido yo, igualmente te habrían dejado ir.
—Pero aún así, seguirías sufriendo un poco más.
La familia Hernández no se detendría fácilmente.
Con lo que se había filtr