—Quiero el terreno del oeste de la ciudad. Señor Romero, ¿me lo cedes?
El calvo lo dijo con tono despreocupado: —Ya que él se atrevió a secuestrar a su esposa, debe asumir esa responsabilidad por sus propias decisiones. Me encargaré de arreglar todo eso después y le prometo un resultado satisfactorio.
Marc reveló una sonrisa fría y accedió con voz gélida: —Trato hecho.
—Señor Romero… ¡Señor Romero!
Fue entonces cuando Paco se dio cuenta de que el calvo no había llegado para respaldarlo, ¡sino a aprovechar la ocasión para pedirle favores a Marc!
Salió corriendo en pánico, abrazándose a las piernas de Paco suplicando: —Señor Romero, por favor, ¡tenga la piedad de perdonarme?
—Rodrigo.
Habló Marc con frialdad.
Rodrigó le dio una fuerte patada a ese tipo y soltó unas palabras frías: —Antes de hacer la decisión de secuestrar a la señora, debes haberlo pensado bien. ¡Ahora es demasiado tarde para suplicar!
Este volvía a arrastrarse hacia mí, abrazándose a mis pies, rogando: —Señora Romero, s