Elías frunció el ceño, claramente irritado por la intromisión fuera de turno, y el juez levantó una mano en señal de advertencia.
—Señor Benaroch —pronunció con severidad—, yo no le he autorizado su intervención. En este tribunal, las palabras se conceden. Le ruego que respete el orden procesal.
Vidal se recostó lentamente en su asiento, sin borrar esa expresión autosuficiente, como si el reto del juez no le afectara en lo más mínimo.
—Perdóneme, por favor, su señoría —replicó—. Es que realmente me sorprende el descaro de la señora Schubert —su mirada se desvió hacia Ámbar, como si no pudiera resistirse a provocarla—. Está claro que su único objetivo al divorciarse de mí fue casarse con un hombre mucho más rico. Todo esto —señaló, haciendo un ademán con la mano, abarcando la sala, los documentos, el proceso— no es más que una fachada para conseguir dinero. Porque, seamos francos, su señoría, si ya está casada con un hombre millonario, ¿por qué insiste en que yo le entregue gran parte