Raymond no tardó mucho en comenzar su investigación. Apenas aparecieron aquellas publicaciones anónimas que difamaban a Ámbar, decidió que no iba a quedarse de brazos cruzados. Su carácter metódico y su formación como ingeniero en sistemas lo convirtieron en un hombre capaz de descifrar lo que para otros parecía imposible. No importaba cuán oculta estuviera la identidad del responsable, él sabía que todo rastro digital, por más mínimo que fuera, dejaba una huella.
Durante días, trabajó en silencio. Pasaba largas horas frente a su computadora, analizando direcciones IP, cruzando datos, comparando horarios y ubicaciones, siguiendo el más leve indicio como si fuera un cazador tras la pista de su presa. Sabía exactamente qué hacer y cómo hacerlo. Y al final, lo consiguió.
Obtuvo el nombre, los datos personales, los movimientos en redes y los dispositivos vinculados. Cada detalle estaba respaldado en un documento, una serie de pruebas irrefutables. Cuando por fin tuvo todo listo, imprimió l