—Estoy convencido de que tienes muchas cualidades por las que Alaska te envidia —expuso Raymond—. Es por eso que ella quiere todo lo tuyo. Alaska es una mala persona, Ámbar. En cambio tú eres noble, y eso se nota sin esfuerzo, solo con mirarte.

—¿De verdad eso piensas de mí? —preguntó Ámbar, sintiendo que aquellas palabras le brindaban cierta calidez.

—Confío plenamente en mi intuición, pero no solo se trata de eso. Tú me has demostrado lo buena persona que eres, ayudándome en mis terapias cuando no tienes la responsabilidad de hacerlo. Dudo que tu hermana fuera capaz de ayudar de manera desinteresada a alguien más.

—Yo... creí conocerla —articuló Ámbar—. Pensé que ese lazo de sangre sería más fuerte, que la complicidad de toda una vida iba a poder con cualquier herida. Sí, quería castigarla, que también la pasara mal por haberme hecho daño, pero confieso que fantaseé con la idea de que, algún día, pudiera perdonarla y recuperar a mi hermana. Pero ya no, ella no se detiene. Parece empe