Rosas.
Eventualmente llegaron a la cafetería y Lucía dio gracias al cielo cuando sintió que los nervios retrocedían poco a poco. Pensó que se debía a que ya no tenía el brazo del hombre alrededor de sus hombros ni sentía el calor que él emanaba.
Eligieron una de las mesas de afuera y pronto fueron atendidos por un sonriente, joven y guapo camarero. El CEO optó por un expresso doble y ella por un cappuccino. Se sentía mucho más relajada ahora que había una distancia prudente entre ellos.
—Tu actuación no es solo pésima, también es insípida. —Notó el dejo de reproche en la voz adusta e hizo lo posible por mantenerse sosegada—. Si hubiera querido un maniquí, lo hubiera comprado.
—No puedes pretender que me salga lo romántico cuando la compañía no me inspira absolutamente nada —alegó, mirándolo fijamente—. Hubieras contratado a una actriz, pero no, optaste por alguien que, según tú, encaja perfecto para el papel.
—No repetiré los puntos concretos de nuestro acuerdo, Lucía. —Y ahí estaba, esa mir