Azul tormentoso.
Lucía había estado batallando con demasiadas emociones y sentimientos encontrados que terminó estallando, llorando y dándole una cachetada al hombre. Se sintió bien, muy bien. Fue como si un gran peso hubiera desaparecido, aligerando la carga que llevaba en la espalda.
Había tenido una especie de confrontación con el hombre y se dejó guiar por las emociones que la cegaron de enojo y rabia. Tampoco sentía culpa alguna por haber reaccionado de esa manera; por el contrario, se sintió bien. Pero claro, no contó con todo lo que vino después de su desquite. Vio la amargura y la desesperación en los ojos del hombre, aunque solo fue por una milésima de segundo. Fue tan nítido y tan fugaz que Lucía no supo qué hacer con todo lo que estaba sintiendo y entonces, el hombre le dijo que la liberaba del trato, que podía irse y vivir tranquila. Estuvo a punto de aceptarlo, marcharse y no mirar hacia atrás, pero si lo hacía, la libertad de su hermana acabaría y Lucía no podía permitir eso. Y corrió ha