CAPÍTULO 5. Una mujer muy profesional

Angélica quería ahorcarlo, así, así... ¡con sus manitas! Pero después de todo era la mejor profesional de aquella sala de ventas y no iba a permitir que aquel pe... CEO malo le arruinara la mejor oportunidad que tenía de conseguir el dinero para la beca de su hijo.

Clientes impertinentes había conocido muchísimos ya, y cada vez había tenido que tragarse su orgullo porque tenía un adolescente que alimentar y por si no lo saben, bueno... esos comen mucho.

Así que levantó la barbilla con un gesto de seguridad y volvió a acercarse a él. Y aunque su gesto no tuvo nada de sensual, fue suficiente para arrancarle a Leo un ronroneo bajo. No estaba acostumbrado a que lo desafiaran, menos una mujer, pero ella parecía dispuesta a probar sus límites.

—Si está escaso de ropa interior, señor Lombardo, por diez mil más le puedo vender una membresía en Victoria´s Secret —murmuró y él estaba listo para contestarle que le compraría una tienda entera solo para que la dejara verla cambiarse, cuando su teléfono comenzó a sonar con aquel tono que de repente se le hizo inoportuno.

Miró la pantalla y colgó en cuanto vio que se trataba de Belina; y a la tercera llamada acabó apagando su celular sin contestarle.

—Puede contestar señor Lombardo, me opongo profundamente a la violencia doméstica.

—¿Perdón? —Leo frunció el ceño y Angélica sonrió de medio lado con sorna.

—Detrás de todo gran hombre hay una mujer que le pega para mantenerlo en el buen camino.

"¡Pégame, azótame, flllllllagélame...!"

—¡Cállate!

—¿Disculpe? —Angélica se sobresaltó y Leo abrió mucho los ojos.

—¡Perdón, perdón! —Él pestañeó nervioso porque su cerebro traidor parecía particularmente feliz de que fuera ella quien le pegara, el problema era que se había mandado a callar en voz alta—. Perdón, no era contigo... este... ¡En fin! ¿Cerramos el trato?

Angélica no se lo creía del todo pero asintió estrechando su mano.

—Por supuesto, señor Lombardo, cerramos el trato.

Caminó delante de él fingiendo que no se ilusionada y Leo la dejó guiarlo fingiendo que era un tipo de negocios impasible que no se estaba derritiendo por sus huesitos. No sabía qué era, pero cada vez que esa mujer movía la lengua era como si le diera una bofetada.

—¡Champaña, por favor! —gritó Angélica apenas entraron a la sala y con el rabillo del ojo vio que Merea hacía un gesto de rabia porque ella había logrado sacarle un contrato a aquel cliente.

Los siguientes veinte minutos fueron de puro papeleo y negociación. Leo se había dejado encajar aquel precio, pero no tenía idea de que ella de verdad lo había triplicado. Aun así no se tocó el corazón para pagar un anticipo del treinta por ciento.

Angélica solo asumió que aquella era una realidad cuando la Verificadora Legal llegó con el contrato y le pidió que la dejara sola con el cliente para las firmas finales. En aquel punto y aunque definitivamente quería matarlo, el corazón de Angélica latía como loco. Cada venta era un latigazo de adrenalina, pero aquella en particular llegaba cuando más la necesitaba.

—Listo, el contrato quedó listo —le dijo la Verificadora Legal a Leonardo—. A partir de mañana puede disfrutar de sus beneficios, y recuerde que el período de cancelación del contrato es de solo siete días.

Leo frunció el ceño. Él les daba a sus clientes un periodo de hasta dos meses para cancelar sus contratos, obviamente eso era algo que estaba haciendo mal.

—¿Siete días? —quiso confirmar.

—Así es, si cancela en siete días le devolveremos el monto del anticipo. Su Ejecutiva de ventas estará pendiente de usted mientras esté en el hotel —aseguró la mujer y le sonrió mientras organizaba todos sus documentos en una carpeta.

Mientras, a Angélica se le erizaba hasta el cabello de la nuca cuando vio que Federico se acercaba a ella. Traía cara de agraviado así que ni siquiera esperó una felicitación.

—Espero que puedas hacer un seguimiento de ventas decente —le gruñó y Angélica sabía que estaba resentido con ella porque aquella venta no hubiera sido para Merea. Cada centavo de esa comisión que Merea había perdido él tendría que sacárselo de su bolsillo si quería que la pelirroja siguiera inclinándose debajo de su escritorio.

—Por supuesto, jefe. Yo siempre hago buenos seguimientos.

—¡Pues procura que este sea mejor que ninguno! Si pierdes este contrato yo personalmente te mandaré al fondo de la línea, a salir con los peores clientes posibles. ¿Entendiste?

Angélica asintió con los puños apretados pero no podía ponerse a discutir con su jefe delante de los clientes.

El seguimiento de ventas era una de las partes más pesadas y consistía básicamente en consentir a los nuevos miembros hasta en los más mínimos caprichos hasta que venciera el periodo de cancelación del contrato.

Normalmente significaba acompañarlos a los tours, llevarlos a la marina, al campo de golf o a cenar a algún restaurante especial de la zona en las noches. Ella por supuesto siempre lo había mantenido en el plano más profesional, aunque había otras que tenían una idea completamente diferente de cómo "consentir" a los clientes.

Cinco minutos después Leo se reunía con ella y se golpeaba la palma con la carpeta del contrato.

—Muy bien señorita De Luca, ya que oficialmente me ha desplumado, ¿qué le parece si en los próximos siete días me demuestra lo que está dispuesta a hacer para conservar esta venta?

La diabla dentro de Angélica se desató en un segundo y levantó una ceja desafiante.

—Por supuesto que sí, señor Lombardo, los beneficios inmediatos incluyen cena de langostas y un yate privado; y como amenidad le mandaré a su habitación fresas con chocolate y un protector testicular —lo desafió—. Ya sabe, porque mis tacones pueden hacer mucho daño.

—¿Tú no te callas nunca? —gruñó Leo perdiéndose en aquellos ojos—. ¿No sabes que todavía hay siete días para que pierdas esta venta? ¿No se supone que no debes hacerme enojar?

—¿No se supone que usted es un hombre inteligente? —sonrió ella—. No conozco al primer hombre inteligente que se deje guiar por sus más... pequeños instintos.

El labio superior de Leo se levantó un poco sobre sus dientes, como si fuera un depredador hambriento, pero terminó esbozando una sonrisa.

—Empecemos por la marina entonces. Definitivamente necesito relajarme —decidió y Angélica hizo un gesto de conformidad.

Levantó su teléfono y cinco minutos después ya había hecho una reservación para un yate privado de sesenta pies. Seis horas en el mar tenían que ser más que suficientes para cansar al mastín... es decir, al señor Lombardo.

Imprimió el comprobante de la reserva y lo puso dentro de su carpeta.

—Todo está listo para mañana al mediodía —le aseguró.

—Y me imagino que vendrás conmigo, ¿o esto tendré que hacerlo solo también?

—Lo voy a acompañar, señor Lombardo, porque ese es mi trabajo, tengo que vigilar muy bien que no se me vaya a accidentar... —murmuró ella con tono inocente—. Además si alguien le tiene que dar una patadita para lanzarlo del barco, yo me pido el derecho de ser la primera.

Ni siquiera se habían dado cuenta, pero los dos tenían una habilidad especial para invadir el espacio personal del otro. Así que allí estaban de nuevo a menos de diez centímetros y siseándose como dos víboras en celo.

—Excelente, mientras tanto mándame las fresas con crema, que estoy ansioso por comerme algo que haga juego con tu tanga... a menos que la quieras de vuelta.

—No se preocupe, que le aproveche, de todas formas, eso fue lo único que no se mojó el día de hoy.

Los labios de Leo se convirtieron en una línea fina porque sabía muy bien que con "mojarse" no hablaba precisamente del agua de riego, pero respiró tan profundo como podía y dio un paso atrás.

—Nos vemos mañana al mediodía, señorita De Luca. —Y aquello le supo a Angélica a sentencia.

Lo vio salir de la sala y Greta se acercó para felicitarla de corazón.

—¿Estás bien? ¡Dios, se puede cortar la tensión sexual entre ustedes...!

—¡Claro que no! ¡Yo soy una mujer muy profesional!

—¿A eso le llamas profesionalismo? —rio Greta.

—¡Por supuesto! ¡Profesionalismo es aguantar a un mal cliente una semana sin hablar mal del perro sarnoso ese! —replicó—. Ahora con tu permiso, me voy a arreglar las amenidades del perr... ¡del cliente! —exclamó y salió apurada.

No entendía por qué seguía tan ansiosa. Debía estar feliz porque ese contrato era lo único que podía abrir la puerta al futuro de su hijo, sin embargo se sentía demasiado nerviosa.

Quizás era un sexto sentido, porque esa misma noche Leo hablaba con Aurelio para contarle todo lo que había aprendido en aquella venta y realmente había sido mucho.

—¿Oye y para cuándo cambias de novia o qué? —se burló su amigo porque él no paraba de hablar de Angélica.

—¿Novia? Dirás enemiga acérrima, porque si de algo puedes estar seguro, es de que voy a cancelar este contrato antes de los siete días y ella se quedará sin nada.

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