Acepto

¿Tienen cerca de ustedes un lugar donde las aves cantan en las mañanas dándoles el desayuno a sus hijitos? ¿Han sentido la naturaleza misma darle los buenos días con sol brillante y una roma a flores excepcional? ¿Se han sentido confundidas y tan felices al mismo tiempo? Así es mi mañana aquel viernes 7 de enero de 1964, desperté sola en mi habitación, recién amanecía, afuera todo estaba en silencio aunque apostaba que Mira ya preparaba un desayuno de reyes. Me incorporé en la cama, este sería mi último día como una chica soltera, ya tenía conmigo el título de chef y había terminado mis días en el restaurante de Angelo, él no quería que me fuera pero luego de mi boda nos iríamos a nuestra casa, no había viaje de luna de miel hasta febrero, Gary tenía asuntos  que no podía abandonar. Veintisiete tarjetas fueron entregadas, esperábamos que todos asistirían, la noche anterior dimos los últimos toques al salón todo decorado con rosas blancas y rosa pálidos como mi bouquet. Me levanté entonces directo al espejo y me observé.

-Hola María Victoria ¿Qué tal estas?

Reí de mi misma, si alguna duda hubo pues ahora no existía.

Abrí la puerta de la habitación.

-¡Feliz día novia!

Gritaron todos en el pasillo y yo salté con las manos en el pecho.

Papá, diego, Emanuel, Nilvia, Antonio y Mira extendieron sus manos cada uno con un obsequio. Yo reí feliz y los recibí corriendo a la sala.

-¡Soy feliz, gracias!

A las diez me casaría por civil, haríamos un brindis y dos horas después me casaría en el mismo sitio por la iglesia, todo arreglado por Diego y su madre.

Aretes de perlas, dije en forma de trébol, lencería un poco sexy  color negro y una licuadora, esos eran los obsequios.

-¡Gracias!-Me levanté a tenerlos a todos ellos entres mis brazos.

-Comamos y vamos a arreglarte.

Y así lo hicimos, los hombres hicieron un viaje al salón llevando hielo y pasa palos cuando llegó el doctor Caster, no supe cuando pasó el tiempo pero luego de cepillar bien mi cabello a media espalda, maquilar mi rostro tenuemente y vestir con un conjunto de falda color champaña de tela satén y blusa ajustada sin manga y cuello alto, sandalias altas y elegantes, en ese momento eran las nueve, hora de partir al salón donde un juez me uniría a Gary, para siempre.

No podía negar mis nervios, entré al saloncito donde se realizaría el civil con una sonrisa titubeante, alrededor de la mesa, además del jefe civil y su secretaria, estaban mis hermanos, mi padre y todos los más allegados a la familia. Mira lucía muy elegante con su traje crema de talle alto y su bien dispuesto peinado, pero él, mi futuro esposo era el mejor. Sus ojos chispeaban al encontrarse con los míos y pude expandir mi sonrisa cariñosa sabiendo que en gran parte deseaba que las horas pasaran a prisa y pudiéramos consumar nuestra unión.

-Cariño estas hermosa.-Me dijo una vez que estuve junto a él, tomó mi mano y la besó sin dejar de mirarme, no pude evitar sonrojarme.

Durante cuarenta y cinco minutos permanecimos sentados escuchando al jefe civil y su secretaria en el acto del matrimonio, Gary sostuvo mima no todo el tiempo, yo sentía mi corazón sereno, mi pecho lleno de tranquilidad y cuando ambos estampamos nuestras firmas en el acta me sentí segura.

Los aplausos y ovaciones no se hicieron esperar, nos besamos brevemente bajo la mirada de todos.

-Te amo.-Me dijo con su boca pegada a la mía y yo reí feliz, luego todos nos felicitaron y dispusieron de un brindis.

Dos horas más tarde estaba lista de nuevo, frente al espejo de la habitación del lugar alquilado, con mi hermoso y brillante vestido de novia.

Mira lloraba de felicidad y tuvo que salir para que no se le arruinara el maquillaje y sòlo quedé con Nilvia y la señora Leticia.

Mi visión como novia en el espejo era sensacional, parecía una princesa con mi traje blanco ceñido hasta la cintura, con corte disimulado en los senos pero con pedrería que los hacía subyugantes, después de la cintura el vestido se armaba en campana con tela de tul que brillaba hasta un poco más debajo de las rodillas, medias claras y zapatos altos color perla. Para la iglesia me había recogido el cabello en la parte de atrás, así el velo ajustó perfecto, sin contar que ahora yo había puesto más maquillaje, podía ver en mi a una novia muy bella.

-¡Luces perfecta María!

La señora Leticia acarició mi rostro y luego lo besó, estaba feliz y muy bonita también, hasta llevaba sombrero.

-Voy afuera o si no lloraré y lloraré.

Anunció y salió riendo llorosa, Nilvia y yo reímos mirándola salir.

-Es cierto cario.-Dijo emocionada.-Estas muy hermosa, tosa una mujer, tu madre estaría muy orgullosa, estoy segura de eso.

Tomamos nuestras manos.

-Estoy feliz, gracias Nilvia.

-¿De qué Somos amigas, siempre quiero apoyarte y no sólo yo, mira todos esos regalos.

Si, ahí estaban todos los obsequios, una pila alta de regalos de boda, los miré junto con ella y ahí, entre todos, una cajita forrada de blanco brillante, con su pequeñito lazo arriba y una mini tarjeta. Aparté a Nilvia lentamente y fui hasta la pila de regalos, Nilvia me observaba desde cerca, era inevitable que descubriera mis ojos tan abiertos.

-¿Qué sucede María Victoria?

Llevaba la garganta seca, tenía que ser una casualidad. Tomé la caja con las manos temblorosas y giré la tarjeta.

Sé que luces  preciosa, estaré imaginándote, mientras, te envío lo que ya tienes de mí.

                        A.

Tiré la tarjeta  lejos, Nilvia fue por ella, imagino que la leía mientras yo rasgaba el papel. Si, ahí estaba la caja de terciopelo y al abrirla, reposando, brillante, abultadito, su corazón de oro con diamantes en mis manos reposó.

-¡Maldito! –Grité y lancé aquel corazón contra el piso alfombrado con toda mi fuerza, golpeando después el mismo.-¡Desgraciado! –Vociferé herida en lo más profundo, con las lágrimas a punto de salir.

-¡María Victoria cálmate! ¿Qué sucede? ¿De quién es este obsequio?

Nilvia me tomó por las manos sujetándome.

-No llores por favor, dime, cálmate y dime.

-Ohh Nilvia, lo odio, lo odio.

La abracé con fuerza y me obligué a no llorar.

-Dime cariño, mi amor, ¿a quién odias? –Nilvia se sentía ofuscada, ahora sostenía mi rostro entre sus manos.-dime, sin miedo

Volteé y busqué el corazón que había lanzado, estaba a unos dos metros, me zafé y gateé hasta él, arrepentida de haberlo batido contra el suelo, lo miré atentamente, estaba intacto, lo estreché contra mi pecho.

-María, cariño, estas a punto de casarte con Gary, dime por favor.

Nilvia también gateó hacia mí y me mostró la tarjeta.

-No pue…do decirte, yo…

-Puedes decirme cualquier cosa y los aves, este es el momento, en días minutos irás al altar.-Señaló la puerta, estaba muy contrariada.

-Es que…Nilvia, no es Gary…

-¡Ja!, eso ya lo sé querida, este hombre que acaba de entregarte su corazón, que es apasionado y que te ha vuelto loca es…-Me miró inquisidora.- es…es María Victoria.-Gritó.

-¡Aníbal! –Grité enloquecida, negando la realidad.

-No estaba equivocada maldita sea.

Se levantó rabiosa con las manos en la cabeza, caminó por toda la habitación.

-¿Y qué vas hacer?

-Nada, no puedo hacer nada.

-¿Vas a casarte con Gary sin quererlo?

-¡Si lo quiero! –Me levanté de golpe.

-Bueno nunca te vi así por él.

-Es que…es diferente.

Alisé mi vestido y traté de restablecer la compostura.

-Tenemos que hablar María.

-Después.-Tomé el corazón y lo escondí bajo el escote de mi vestido, luego respiré profundo.

-No lo odias verdad?

No.

-¿Estas segura de lo que haces?

-Estoy segura que es lo que debo hacer.

Nos miramos entendiéndonos, cada uno se despedía a su manera, esa era la del señor Aníbal, la mía era en este momento caminando al altar, del brazo de mi guao padre que no cabía de la emoción, rodeada de los rostros felices de mis hermanos, de mis amigos de años, de Mira y Samuel que veían feliz a su sobrino y a él, a Gary que me miraba enamorado y ardiente. Le sonreí cálida cuando mi padre me entregó, lo quería, de eso no cabía duda, estar con él me encantaba y estaba segura de que a su lado sería feliz.

Durante las seis  horas de fiesta bailé, canté y di mil besos a mi esposo, me asombraba la capacidad que tenía para disfrazarlo todo para ser lo que Gary necesitaba.

El señor Alex llegó un poco tarde, no se hallaba bien de salud, sin embargo, lo pasó muy bien junto a nosotros. Me miraba con admiración y frecuentemente  besaba mi mejilla, cosa que a Gary no le hacía mucha gracias, pero era el día de nuestra boda, la felicidad nos embargaba a todos, hasta a mi que ahora junto a mi corazón llevaba el de otro.

Salimos antes de las nueve de la recepción, Mira me ayudó a cambiarme por un pantalón de seda rosado y una camiseta con brillanticos muy sexys.

-Les deseo siempre lo mejor Victoria, Gary te adora, quiérelo mucho.

-Eso haré Mira, te lo prometo.

Debí decirle yo también lo adoro pero eso no salió de mi boca, lo que si era cierta era que haría lo imposible por hacerlo feliz.

Una vez cambiada regresé al salón y lancé mi bouquet, el cual con gracias y audacia fue atrapado por Rosita, quien no paró de reir emocionada y mirar a Emanuel.

Gary continuaba vestido con su traje negro y corbatín gris plano, me tomó de la mano y me pegó a su cuerpo para besarme, reímos los dos mientras nos despedíamos y nos marchábamos despidiéndonos, subimos a un auto rentado por él y nos largamos a nuestra casa a una hora de camino, charlando, riendo y rozando nuestras manos.

-¿Te gusto todo Victoria?

-Todo, absolutamente todo.

No olvidé rozar mi seno derecho, ahí había guardado esta vez el corazón dorado.

No le temía al encuentro íntimo con Gary, al contrario, lo anhelaba, las visiones de su cuero desnudo, ahora mucho más atlético, venían con frecuencia a mi mente.

Al momento que bajamos del auto y me tomó en sus brazos, con gran agilidad, para entrar a nuestra nueva casa y residencia de nuestra luna de miel sus ojos chispeaban. Yo no podía dejar de mirarlo y pensaba como luego de algunos años me encontraba  entre sus brazos, era su esposa para siempre y pronto compartiríamos la cama.

Durante el festejo evité las miradas de Nilvia, no quería interrogatorios a través de sus ojos, sólo quería pensar en aquel momento y olvidar lo que no podía ser.

Gary me depositó en el medio de la sala, sonreía nervioso, parecía querer correr, yo lo miraba intrigada, sintiendo como en cada movimiento que hacía me rozaba, desde hacía semanas se mostraba inquieto, pasaba largos minutos mirándome con descaro y yo sólo le sonreía. No tenía que hacer lo mismo con él, siempre lo había observado muy bien, conocía cada parte de su cuerpo y sus gestos.

-¿Tienes hambre? –Tomó entre sus manos el gancho que sostenía mi cabello y lo soltó.

-Ahora mismo no.-Le respondí perdiéndome en lo oscuro de sus ojos marrones que tenían ahora mismos fuego en medio.

-Quisiera llevarte ya a la habitación.

-Hazlo.-No esperó nada tras la respuesta y volvió a levantarme corriendo a la que sería nuestra alcoba, encendió la luz y quedé maravillada con lo bonita que estaba, una leve fragancia a vainilla la rodeaba y sobre la cama con pétalos de rosa roja se dibujada un corazón.

Tras recorrer los espacios choqué con sus ojos, quería sonreírme pero no podía, nos e hasta que punto su curiosidad superaba la mia o cuanto deseo acumulado tenía, pero cuando dí un paso para buscar su boca me atrajo con firmeza y me obligó a que la abriera para explorar adentro enloquecido, sus manos tomaban mi cuello y mi espalda y de un golpe me pesó a él para que pudiera sentir lo que le ocasionaba quejándose como se le doliera.

Besamos nuestros rostros, cuellos y nuestras manos eran como marionetas enloquecidas que poco a poco llegaron a la ropa. Primero los zapatos y luego nuestras camisas, me deleité con su torso trigueño y fuerte y cuando busqué sus ojos él miraba mis senos que no supe nunca en que momento quedaron al descubierto y el corazón en el piso. Nos besamos de nuevo, me encantaba esa sensación , quería permanecer eternamente recibiendo caricias sobre mi cuerpo, viendo sus ojos derretirme mientras me miraba.

Lentamente me sentó en la cama, apartó mi cabello del rostro y fue hasta el interruptor del aire, al principio el sonido nos desconcentró pero a su regreso cuando desabrochó sus pantalones oscuros frente a mi y los bajó con todo y ropa interior, no hubo sonido que existiera, la sangre golpeaba la parte baja de mi vientre y mis ojos no podían creer su hermosura desnuda, la falta de timidez masculina que acercándose a mi con deseo me dejaba admirarlo.

Me empujó atrás sin que nuestras miradas se perdieran y con gran habilidad me quitó el pantalón dejándome solo con la panty, mis piernas se revolvían sin poder controlarse, el tomó mi cintura por debajo y besó mis pechos llenándolos de saliva caliente y haciendo que mi cabeza girara y mis manos lo frotaran descontroladas, mientras bajaba con su boca, con sus manos bajo la prenda que quedaba y abrió mis piernas, me miró y luego detuvo la vista en mi entrepierna, no tenía yo vergüenza, sòlo quería que entrara ya así que me arquee para invitarlo y lleno de asombro y sin consideración me tomó, duro y con fuerza, sin detenerse cuando grité, retrocedió y volvió a envestirme y lo que al principio produjo incomodidad luego se calentó y me obligó a batirme debajo de él mientras lo acercaba por su hermoso trasero para que no parara. Sus quejidos gritaban en mis oídos mientras se enterraba dentro de mi seguido y sus ojos buscaban los míos como traduciendo un respuesta, asombrado, haciendo un ritmo caliente y salvaje que sin detenerse fue ascendiendo y ascendiendo hasta calentar todo mi cuerpo y hacerlo estallar en fragmentos apasionados que me obligaron a parar sin aire, deseando que el continuara así, rítmicamente dentro y sobre mi hasta hacerme perder la cabeza y sentir como se tensaba y abandonaba todo su cuerpo quedándonos exhaustos y jadeantes uno al lado del otro, él ya había salido de mi cuerpo y boca arriba respiraba con dificultad, yo miraba el techo de la habitación, con el corazón alocado y la memoria en llamas.

-Disculpa mi falta de delicadeza.-Dijo por fin tragando saliva, me volví a mirarlo, sudábamos a pesar de la frescura del aire, quise moveré hacia él peri una incomodidad entre las piernas me detuvo-¿Te duele?

-N-no es dolor.

-Déjame ver.-se movió rápido y aunque traté de detenerlo no pude. Me miró al principio curioso, pero luego subió la mirada a mi rostro que ya estaba enrojecido de vergüenza.

-¿Qué pasa? –Le pregunté llevando mi mano a sus lisos cabellos negros.

-Tienes un poco de sangre.-Afirmó apoyándose en sus dos manos alrededor de mi cuerpo.

-Es normal creo.

-Sí, eso creo.-Bajo y besó mi vientre, me moví un poco, no lo esperaba.-¿Tienes controlado todo?

-¿Todo? –No entendí, su voz hasta era extraña.

-¿Te pusiste en control con un doctor?

-Ah sí, el doctor Caster, llevo ocho días  tomando la píldora que me consiguió, inclusive para todo el año.

-¡Guao!-Exclamó y esta vez se escuchó muy lascivo, se acercó a mi rostro y chupó mi barbilla.-Estabas muy lista hace un rato, me enloqueciste.

No dije nada, entendía al igual que mi cuerpo lo que venía, parecían pequeños corrientazos en las piernas y los brazos y cuando bajé la mirada él estaba nuevamente armado.

-Quiero que seas solo mía Victoria.-Dijo en susurros en mi oído, empujando mis piernas con sus rodillas.

-Ya soy tuya.-Le respondí jugando con su cabello y entregándole mi cuello.

-Todo el tiempo, a toda hora, que nadie más ocupe tus pensamientos.

Pasó sin delicadeza su mano por todo mi cuerpo y sin saber  cómo me giró.

-¿Aceptas? –Me susurró en la nunca, con su virilidad rozándome las nalgas de un lado a otro.

-Acepto.-Le respondí en una queja, era esplendido sentir ese desasosiego.

Sin previo aviso me tomó de nuevo, algo ardió y me hizo empujar la cabeza atrás lo que lo invitó a capturar mis senos y besar mi cuello, me embestía gimiendo y yo lo recibía perdida en sus caricias, en sus manos que bajaron hasta mi clítoris y luego de sus movimientos me hicieron gritar de placer y consumirme pronto y sin espera en el  fuego que ardía en él y que me quemaba a mí, siguió, siguió y  sosteniéndome por la cadera llegó a un clímax lleno de quejidos.

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