“¿Qué quieres decir con ‘me tienen que registrar’? ¿Has olvidado con quién estás hablando?”. Carmela miró con desprecio al guardia de la prisión donde se encontraba su padre.
El hombre permaneció estoico frente a ella, con la mirada firme y al frente, con las piernas separadas a la anchura de los hombros y las manos cruzadas a la espalda.
“Eres la hija de un hombre acusado de asesinato y si quieres ir a verlo, debemos asegurarnos de que no lleves nada importante encima”, respondió él con severidad.
Ella lo fulminó con la mirada. “Escoria, ¿así que quieres ponerle las manos encima a la prometida del Alfa? ¿Acaso deseas morir?”.
“Yo seré quien te registre”.
Una voz femenina familiar llegó al oído de Carmela antes de que Tracy apareciera, con los ojos fríos como el hielo.
Carmel se sorprendió al verla, evidente por la sorpresa en sus ojos.
“¿Qué significa esto, Tracy? Deberías saberlo mejor que nadie, soy tu amiga”.
“Que la diosa te corte la lengua por llamarme así”, espetó Tracy.