Había pasado una semana, pero Leila no podía dejar de pensar en el hombre del bosque. No era el hecho de que afirmaba ser su pareja de segunda oportunidad lo que afligía sus pensamientos, era el hombre en sí.
Había algo en él que era diferente. Era tranquilo pero peligroso, mortal pero seductor, dos extremos opuestos tan perfectamente mezclados en una sola persona.
“Abu abu, ¿quién es el rey licántropo?”, preguntó Amara, atrayendo de nuevo la atención de Leila hacia la mesa donde estaban desayunando.
“¿Dónde oíste ese nombre?”, respondió Liana, con una curiosidad extasiada en los ojos mientras miraba a su nieta.
El linaje de los licántropos era un mito. Gobiernan desde las sombras, ocultos al resto del mundo de los hombres lobo, pero sí gobiernan. Su autoridad era incuestionable, su poder absoluto y el actual rey licántropo era el mejor de su raza.
Un trono vacío fue coronado en su lugar. Nadie nunca lo había visto. Nadie sabía cómo era.
“Ayer en el centro comercial cuando fui de