Carmela se rio entre dientes mientras encendía la linterna que sostenía y la apuntaba hacia Leila. Leila no se movió ni un milímetro, ni dijo ninguna palabra.
Miró fijamente a la luz cegadora de forma desafiante, con el corazón palpitante de rabia y el estómago hirviendo de ira.
Carmela le había arrebatado lo más preciado de su vida, su bebé, la única fuente de alegría que tenía en medio de todas las demás penas en las que Carmela la había metido.
El guardia que acompañaba a Carmela le colocó una silla para que se sentara y le entregó las llaves de la celda antes de irse.
“Te ves patética”, dijo Carmela mientras arrugaba su nariz por el mal olor que flotaba en el ambiente. “Pero bueno, es lo que te conviene”.
Se burló, tomó asiento y se inclinó hacia adelante.
“¿Qué creías que ibas a hacer Leila? ¿Qué pensabas que iba a pasar? ¿Que de alguna manera ibas a seguir casada con Tatum conmigo a un lado?”, preguntó Carmela con una mueca de desprecio en la cara.
Leila se levantó como un