Su último aliento.
SOPHIE
El dolor no grita, no se estrella contra ti como una ola, sino que se desliza lentamente, suave como un susurro, hasta que te estás ahogando sin siquiera notar que la marea ha subido.
Está en la forma en que tu pecho se oprime durante un viaje silencioso en coche, en la manera en que el mundo se desdibuja y no puedes distinguir a las personas de los edificios.
Está en cómo asientes ante la pregunta de alguien y luego olvidas qué te preguntaron, está en el silencio que se asienta como polvo cuando todo ha sido dicho y hecho.
Ese fue el silencio en el que me sumergí después de que Travis me dejó en casa.
No volteé a mirarlo, no podía. No solo me había consumido el dolor, sino también la vergüenza. Vergüenza por la forma en que terminé en su cama nuevamente ante la más mínima dificultad, había sido tan patética que incluso pronunció aquellas tres palabras que no sentía, solo para consolarme.
Busqué consuelo en él, pero solo duró una noche. Ahora, no tenía nada má