SOPHIE

En el momento en que Sebastián desapareció calle abajo, un silencio aplastante cayó sobre mí, roto solamente por el ritmo inestable de mi respiración.

Mis dedos se crisparon a mis costados, mi cuerpo entero paralizado como si moverme hiciera el momento real, como si aceptar que él había estado aquí —justo aquí— solidificara la pesadilla.

La parte terca de mí que nunca se rinde sin pelear consideró correr tras él para recuperar lo que me había robado. Pero esa parte fue dominada por otra que había estado dormida durante tres años.

La parte que sabe que nunca podría ganar una pelea cuando involucra a mi familia. Cerré los ojos con fuerza y me obligué a respirar por la nariz, deseando que el pánico sofocante pasara.

Mi mente me gritaba que me moviera, que entrara, que cerrara la puerta y me aislara de la pesadillesca realidad de lo que acababa de suceder. Pero mi cuerpo se sentía congelado en su lugar, mientras miraba mis pertenencias esparcidas por todas partes.

Un sonido ahogado