Las horas habían pasado lentas, pero el tiempo parecía moverse en un ritmo diferente desde que todo cambió. La verdad que había descubierto esa noche en el edificio abandonado había sacudido mi mundo hasta los cimientos. Ahora, cada pensamiento giraba en círculos en mi mente, como un torbellino imparable que no me dejaba respirar. Intentaba encajar las piezas, aunque el rompecabezas era más complicado de lo que imaginaba.
León, el grupo llamado “Los Vigilantes”, los espejos... Todo parecía estar entrelazado por hilos invisibles que aún no alcanzaba a comprender. La sensación de que alguien o algo me observaba desde otro lugar no se iba, y la urgencia de encontrar respuestas me estaba consumiendo.
Me encontraba en mi habitación, rodeado de papeles, recortes de periódicos, fotografías y anotaciones, todo dispuesto en un caos metódico sobre el escritorio. La luz amarillenta de la lámpara de mesa proyectaba sombras largas que se retorcían en las paredes, acompañando la inquietud que me do