Mara
El aire estaba cargado de una tensión casi palpable cuando Mara cerró la puerta tras de sí. Un silencio denso, como el que precede a la tormenta, se posó sobre la habitación. La luz amarillenta de la lámpara colgante dibujaba sombras caprichosas en las paredes, y el antiguo espejo descansaba sobre la mesa central, imponente y amenazante, como si guardara un secreto demasiado pesado para sus frágiles cristales.
No era un espejo común. Eso Mara lo sabía mejor que nadie. Había sido legado a su familia desde tiempos inmemoriales, un vínculo oscuro y sagrado con mundos que la mayoría prefería ignorar o ni siquiera imaginar. Aquel espejo era un portal, una llave y a la vez una prisión. La memoria de sus antepasados, las leyendas que le contaban cuando niña, las noches sin dormir intentando descifrar sus secretos, todo convergía en aquel objeto que parecía respirar y latir con vida propia.
Los miembros del grupo la miraban con mezcla de respeto, temor y expectación. Sabían que Mara era