Ecos en la sangre
León
Desperté sobresaltado, con el pulso acelerado y un latido sordo en mis oídos. La oscuridad de mi habitación me oprimía el pecho, como si algo me mirara desde cada sombra.
Había soñado con ella otra vez.
Esa niña de ojos negros, vestida de blanco, llamándome con esa voz rota que siempre me despertaba al borde de un grito.
> “Ayúdala… o se perderá…”
Miré mis manos. Sangre.
Parpadeé, y no había nada. Solo mis dedos temblorosos, marcados por las cicatrices viejas que cubrían mis muñecas.
—No ahora… no de nuevo —murmuré, con el pulso retumbando en mi garganta.
Me levanté y caminé hacia el baño, lanzándome agua al rostro, tratando de limpiar el sudor frío que me cubría.
En el espejo, por un segundo, vi su reflejo detrás de mí.
Una niña con cabello oscuro, sus ojos negros como tinta.
> “Anabel…”
Golpeé el espejo con el puño, dejando una grieta en el cristal.
Necesitaba respuestas. No podía seguir así.
No después de lo que había visto.
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León
Salí de mi casa sin avisa