Ecos del pasado
El amanecer se colaba tímidamente por la ventana, tiñendo la habitación con un tono grisáceo que apenas lograba disipar la pesadez de la noche. Ana estaba despierta, sentada al borde de la cama, con las manos entrelazadas sobre las rodillas. Su cabello enredado caía sobre su rostro, ocultando parcialmente la tensión de sus ojos mientras su respiración temblorosa rompía el silencio de la habitación.
Me acerqué con cautela y me senté a su lado. El silencio entre nosotros era denso, lleno de preguntas que no sabíamos cómo formular, como si cada palabra que no decíamos se quedara flotando en el aire, cargada de miedo.
—¿Quieres contarme lo que viste? —pregunté, intentando que mi voz sonara firme, pero sin perder suavidad.
Ana cerró los ojos por un momento, como si reunir palabras para ese momento fuera un peso insoportable. Sus manos se crisparon sobre sus rodillas.
—Vi fragmentos… recuerdos que no son míos, pero que se sienten como si lo fueran —dijo finalmente, con un hi