El reflejo de Anabel
La figura oscura que emergió del espejo se materializó con un estremecimiento que hizo temblar el aire, como si el mismo oxígeno se tornara denso, imposible de respirar. Era alta, envuelta en sombras que parecían absorber la poca luz de la habitación, con ojos que brillaban como brasas apagadas. Su forma cambiaba, vibrando como humo negro, dejando ver apenas un rostro pálido y unas manos delgadas que parecían ansiosas por aferrarse a algo… o a alguien.
Ana retrocedió un paso, con los labios entreabiertos, pero sus ojos permanecieron fijos en aquella figura, casi hipnotizados, como si esa presencia reclamara algo que le pertenecía.
—Anabel… —susurró la sombra con una voz profunda, resonante, que parecía surgir tanto del espejo como de nuestras propias mentes—. Has vuelto a casa.
Mi pulso se aceleró mientras me colocaba frente a Ana, mi brazo extendido para mantenerla detrás de mí. El miedo reptaba por mi piel, pero no podía dejar que se la llevara. No sin luchar.