Valeria no durmió esa noche. El celular seguía sobre la mesa, iluminándose cada cierto tiempo con nuevas notificaciones, pero ella no se atrevía a desbloquearlo. El simple hecho de leer el nombre de Gabriel en la pantalla le apretaba el pecho.
La madrugada la encontró sentada en el sofá, con una manta sobre los hombros y el rostro húmedo. El bebé se movió dentro de ella, un pequeño recordatorio de que ya no estaba sola.
Al día siguiente, en la oficina, intentó concentrarse en su trabajo, revisando planos y archivando documentos. Pero su mente volvía una y otra vez al mensaje. A Gabriel. A lo que había dejado atrás.
Durante el almuerzo, en el pequeño café de la esquina, sacó el celular y lo miró. El cursor titilaba en la caja de texto, esperando unas palabras que nunca se animaba a escribir.
—¿Qué podría decirle? —susurró para sí misma.
"Estoy bien" sonaba vacío.
"Estoy embarazada" era demasiado.
Y "te extraño" sería una traición a la promesa que se había hecho de comenzar de nuevo.
El