CAPITULO 25

La palabra le rebotó en la garganta como un golpe seco. Valeria sintió que el mundo se estrechaba: la habitación, la luz, el tic-tac del reloj —todo se volvía una cámara de asfixia alrededor de esa sola idea: comprar. Comprar a su hijo.

—¿Me vas a apagar? —escupió ella, la voz rota por la incredulidad—. ¿Me vas a poner a trabajar como si fuera un mueble viejo que se barre y ya está?

Alexandre se dejó caer en la silla detrás del escritorio con la calma de quien sabe que ha ganado otra ronda. Sus dedos tamborilearon sobre la madera pulida. Cuando sonrió, no fue una sonrisa que ofreciera paz; fue una mueca que olía a triunfo y abuelo lobo.

—Apagarte… —repitió despacio, con un entretenimiento cruel—. No. No voy a “apagar” nada que me sirva. Te pondré a trabajar porque eres útil así: manos, firma, discreción. Porque eres práctica. Porque llevas lo que quiero en el vientre.

Valeria cerró los ojos. Quiso arrancarse la piel de vergüenza y repugnancia. Sintió sus manos temblar, los nudillos bl
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