Las luces de la ambulancia se colaban por los ventanales del elegante restaurante, tiñendo de rojo y azul las paredes y los rostros de los presentes. Las sirenas cesaron justo cuando los paramédicos ingresaron con rapidez, abriendo paso entre la multitud que se agolpaba con murmullos curiosos y teléfonos en mano.
Camila yacía inconsciente en un sofá de la sala privada, con el rostro pálido y el cuerpo débil. Adrien no se separaba de ella ni un segundo, sosteniéndola entre sus brazos mientras los paramédicos la acomodaban cuidadosamente en la camilla.
—¡Cuidado con su cabeza! —exclamó con desesperación—. Tiene antecedentes de trauma.
Los camilleros asintieron, siguiendo el protocolo con rapidez. Alejandro, a unos pasos, observaba todo con el rostro endurecido, los puños cerrados y la rabia a flor de piel. Su mirada no se apartaba de ella. Verla así… frágil, vulnerable, llevada como si fuera una extraña… lo desmoronaba por dentro.
Cuando los paramédicos comenzaron a empujar la camilla h