El ambiente del restaurante era cálido, sofisticado, con música suave de fondo y el murmullo constante de conversaciones discretas. Las luces tenues colgaban desde el techo de madera, iluminando con elegancia cada rincón. Alejandro se levantó de la mesa con una sonrisa educada.
—Si me disculpan un momento, iré al baño —dijo, mirando a cada empresario con cortesía.
Todos asintieron sin dejar de beber sus copas de vino ni perder la concentración en la conversación sobre inversiones, fusiones y estrategias de mercado. Irma lo observó marcharse con cierta inquietud en la mirada. Alejandro caminó por el pasillo del restaurante con elegancia, ajustándose el reloj en la muñeca. En cuanto se alejó de la mesa, sacó su teléfono del bolsillo interior del saco. Tenía varias llamadas perdidas. Tres de Andrés. Dos de Ricardo.
Frunció el ceño.
—¿Qué demonios...? —murmuró.
Justo cuando giraba en la esquina del pasillo para responder, chocó de frente con alguien. El impacto fue suficiente para que una