Margaret estaba frente a su enorme espejo de cuerpo completo, ajustando los últimos detalles de su atuendo. Su vestido rojo abrazaba cada curva de su figura, resaltando su cintura esbelta y sus piernas largas y torneadas. Se observaba con satisfacción, acariciando su cabello rubio perfectamente ondulado mientras ensayaba una sonrisa coqueta.
De repente, su teléfono vibró sobre la cómoda de mármol. Sin apartar la vista de su reflejo, Margaret estiró la mano y lo tomó. La pantalla mostró un nombre que le arrancó una sonrisa pícara: Álvaro . Con un movimiento suave, deslizó su dedo para contestar.
—¿Aló? —dijo con voz seductora.
Del otro lado, la voz de Álvaro sonó cargada de deseo:
—Hola, amor. Quiero verte.
Margaret soltó una risita mientras giraba un mechón de su cabello.
—Tengo que ir a trabajar, Álvaro. No puedo verte ahora...
—No quiero que vayas. —Su tono fue dominante, firme—. Da cualquier excusa, pero te quiero aquí... ahora.
Ella soltó un suspiro resignado, como si no pudiera r