Adrien y Camila permanecían abrazados en la sala, inmersos en esa burbuja de tranquilidad que parecía haberse formado solo para ellos. El silencio era cómplice de su cercanía; el latido del corazón de Camila se acompasaba al de Adrien, mientras la tenue luz de las lámparas creaba sombras suaves en las paredes, envolviéndolos en una atmósfera de paz.
Adrien acariciaba suavemente la espalda de Camila, sintiendo cómo ella se aferraba a él con la misma necesidad que él tenía de protegerla. Sus labios se posaron en la cabeza de ella en un beso cálido y silencioso.
Pero aquel momento íntimo se vio interrumpido de pronto por una voz grave que rompió la quietud:
—Disculpen... no quise asustarlos —dijo Eduardo, asomándose desde el umbral de la puerta.
Adrien levantó la mirada hacia su padre, sin apartar todavía sus brazos de Camila. Camila, por su parte, se separó lentamente, un poco avergonzada, bajando la cabeza.
—No te preocupes, papá —respondió Adrien, con tono tranquilo—. Llevaré a Camila