La tarde caía lenta sobre la ciudad, y con ella, un velo de melancolía parecía cubrir cada rincón del mundo de Alejandro Ferrer. El auto negro se detuvo frente a la entrada principal de la mansión Ferrer. Las puertas se abrieron con un leve chirrido, y Alejandro descendió en silencio, con el rostro sombrío y la mirada perdida en algún punto del horizonte.
Carlos Ferrer observó a su hijo con el corazón apretado. A su lado, Oscar caminaba con paso lento, intercambiando miradas de pesar con su hermano. Detrás de ellos, Andrés descendía del segundo auto, con las manos en los bolsillos y la expresión cansada.
Alejandro respiró hondo antes de entrar. La puerta se abrió y un leve perfume a flores frescas lo envolvió. Al cruzar el umbral, su madre estaba allí, esperándolo en el recibidor.
Isabela lo miró con una mezcla de ternura y tristeza. Al verlo, extendiendo los brazos y lo atrajo hacia sí.
—Hijo… —susurró mientras lo abrazaba con fuerza—. Como quisiera no verte así… tan triste.
Alejandr