Secretos y Sospechas
El amanecer apenas despuntaba en el horizonte cuando Margaret se levantó con sigilo. La habitación estaba sumida en una penumbra cálida, con las cortinas de terciopelo bloqueando la mayor parte de la luz matutina. A su lado, Álvaro la observaba con una sonrisa perezosa, recostado contra las almohadas de seda.
—¿Por qué no te quedas hoy conmigo? —preguntó con voz ronca, extendiendo la mano para tocar su brazo.
Margaret vio que la lencería de la noche anterior yacía sobre la alfombra, junto a sus tacones de aguja. Sin perder el tiempo, comenzó a vestirse con movimientos elegantes y calculados.
—No puedo —respondió con frialdad, abrochándose la blusa—. Tengo que estar allá cuando Alejandro regrese de su búsqueda.
Álvaro esbozó una sonrisa ladeada, observándola con una mezcla de fascinación y burla.
—Entiendo —murmuró, llevándose un cigarro a los labios y encendiéndolo con calma—. De todas maneras, te mantendré al tanto de todo lo que pienso hacer.
Margaret tomó su bo