Mundo ficciónIniciar sesión
Mi mirada estaba fija en un pequeño espejo al lado de la cama y mi corazón se detuvo de golpe.
Ese no era mi rostro. Ese no era mi cuerpo. Era ella. Era Melanie. —Soy… —tragué saliva—. Soy Melanie… —susurré, incapaz de creerlo. Era imposible, increíble… Y sin embargo estaba ahí, respirando en su piel. —No puede ser… —murmuré—. No puede ser… Mis manos temblaban mientras tocaban mi rostro, mi mejilla, mi mandíbula. Toqué mi cabello, la forma de mi frente… Ese no era mi rostro. Volví a pasar mis dedos por mi cuello. Un lunar. El lunar de Melanie. —¿Cómo…? ¿Cómo es posible? —susurré, sintiendo el aire escapar de mis pulmones. Parpadeé varias veces, intentando procesar dónde estaba. Olor a desinfectante. Luz blanca. El pitido lento de una máquina. Entonces lo vi. Frente a mí, muy cerca, estaba Martín Robles. Lo reconocí al instante. El esposo de Melanie. Su expresión… Dios. Me miraba como si yo hubiera matado a alguien. Detrás de él había una mujer vestida de rojo, elegante, maquillada como si acabara de salir de una fiesta. No sabía quién era. Nunca la había visto en mi vida. Y pegados a las faldas de esa mujer estaban dos niños: Nicolás y la pequeña Catalina. Los reconocí por las fotografías. Nunca los había visto en persona. ¿Qué demonios hacen aquí? Se supone que yo estaba a kilómetros, en otra ciudad. Y además hacía años que había cortado todos los lazos con ellos. No era cercana a Martín. Ni mucho menos a los niños, como para que vinieran a verme y ellos no me conocían a menos que Melanie les haya hablado de mí. Ahora, mirándome al espejo… Entendí por qué. Estaba en el cuerpo de mi hermana. Esto era imposible. Esto era increíble. Sin darme cuenta, Martín dio un paso adelante, el ceño fruncido, respirando hondo como si intentara controlarse. La mujer vestida de rojo lo tomó del brazo, deteniéndolo suavemente. —Martín… —le dijo con voz muy bien fingida, casi dulce—. Ella recién acaba de despertar , seguro está confundida ,deberíamos dejar que descanse. La observé fijamente. Y un escalofrío me recorrió el cuerpo. ¿Quién demonios era esa mujer? Martín apretó la mandíbula con furia. —¿Confundida? —escupió—. No me pidas que sienta lástima por ella después de lo que te hizo. Se inclinó hacia mí de golpe, tomando mi mandíbula con fuerza, sacudiéndola y causándome un dolor punzante. —Ni creas que voy a darte el divorcio —me gruñó. Lo miré con los ojos abiertos. —¿Di… divorcio? —logré murmurar—. ¿De qué estás hablando? Mi cuerpo estaba débil, como si un peso enorme me aplastara. Me costaba respirar. Me costaba hablar. Qué había vivido Melanie para terminar aquí? Martín apretó más mi mandíbula. —No te hagas la inocente. Después de lo que le hiciste a Rebeca, —dijo señalando a la mujer de rojo— merecías lo que te pasó. Y ni se te ocurra volver a tocarle un pelo. Si lo haces, juro que lo vas a pagar muy caro, Melanie. No tenía idea de qué estaba hablando. Nada tenía sentido. Entonces escuché el odio en la voz de Nicolás. —¡Eres mala! —escupió—. La tía Rebeca sí nos quiere. Tú siempre nos avergüenzas. La más pequeña, Catalina, añadió con crueldad: —Ojalá te hubieras ahogado… Sentí un nudo en la garganta. ¿Qué demonios estaba pasando? ¿Cómo podían estos niños hablarle así a Melanie? ¿Qué clase de vida estaba viviendo mi hermana? Sin querer, murmuré: —¿Qué… hace ella aquí? Rebeca, de inmediato, llevó una mano a su pecho —Yo… yo sé que no me quieres cerca —dijo con voz temblorosa, como si estuviera a punto de llorar—, pero solo vine a ver cómo estabas. Entiendo que quieras que me vaya, pero… no necesitas tratarme así… ¿Tratarla así? Ni siquiera le había dicho una palabra. Antes de que pudiera responder, Martín soltó mi mandíbula… Y una cachetada estalló en mi rostro. Me llevé la mano a la mejilla, ardiendo. —¡Por una vez en tu vida, déjate de estupideces! —gritó Martín—. ¿Qué te cuesta tratarla bien? Lo miré horrorizada. —Me… golpeaste —murmuré incrédula—. ¿Cómo te atreves? Martín frunció el ceño, confundido.Como si no esperara esa respuesta mía. Pero se recompuso rápido. —¿Cómo me atrevo? —bufó—. ¿Ya te olvidaste cómo te comportaste ayer? Todo lo que dijiste. Cómo humillaste a Rebeca delante de todos. Y cómo la empujaste por las escaleras. Lo miré sin entender absolutamente nada. —¿Yo? ¿Cuándo? No se de que hablas Martín entrecerró los ojos. La tal Rebeca me miró confundida.Y ambos Intercambiaron una mirada cómplice… Una mirada que me heló la sangre. Martín se inclinó hacia mí y preguntó —¿No recuerdas lo que me dijiste? —No… —admití con la voz rota—. ¿Qué pasó? ¿Cómo llegué aquí? Martín se cruzó de brazos y adoptó una postura firme. — Caíste a la piscina intentando empujar a Rebeca. —dijo— Todos lo vimos. Me quedé completamente paralizada. Piscina? Fiesta? Escaleras? Empujar? Nada encajaba. Melanie no era ese tipo de persona. Y estos dos se ve de lejos que tienen algo más