La conversación con Inés me dejó con una mezcla de emociones. La rabia por la traición de Leonardo seguía allí, pero ahora se mezclaba con una punzada de empatía. No era un monstruo sin corazón; era un hombre herido, un niño que nunca había conocido el amor incondicional.
—Y dime, Inés —dije, mi voz bajando a un susurro, sintiendo la necesidad de confirmar mis peores sospechas—. ¿Qué piensa Leonardo de las mujeres en general? ¿Cómo las ve?
Inés suspiró, su mirada se volvió sombría.
—Leonardo siempre ha dicho que las mujeres son todas iguales. Que solo buscan dinero, estatus, o un hombre que las mantenga. Que son fáciles de manipular, que con unas cuantas flores y palabras bonitas, caen rendidas a sus pies. Que todas son iguales, sin excepción.
La confirmación me golpeó con la fuerza de un rayo. No era una sorpresa, en el fondo ya lo sabía, pero escucharlo de Inés, de alguien que lo había visto crecer, le dio una crudeza hiriente.
—Sí, ya me lo imaginaba —dije, con una risa amarga que