Llegué temprano, mucho antes de que nadie más apareciera. Quería tener todo bajo control, asegurarme de que cada detalle estuviera en su lugar. El proyecto de mejoras para el motor, mi "bebé", estaba listo. Las diapositivas, los gráficos, los datos… todo estaba impecable. Había pasado noches enteras revisando cada cifra, cada argumento, cada palabra. Esta era mi oportunidad, mi momento para demostrar de qué estaba hecha, no solo a Don Rafael y a Mateo, sino a mí misma. Y, por supuesto, a Leonardo.
Extendí mis notas sobre la mesa, organizando mis pensamientos, repasando mentalmente cada punto clave de mi presentación. El aroma a café recién hecho, que había preparado yo misma en la pequeña cocina de la sala, me ayudó a calmar los nervios. Sentía una mezcla de emoción y una punzada de ansiedad.
Minutos después, la puerta se abrió y Don Rafael entró, seguido de Mateo. Mi suegro me saludó con una sonrisa cordial, aunque sus ojos, astutos como siempre, escudriñaron mi rostro, buscando cual