1| ¡Por favor, déjeme ir!

La habían abandonado en la iglesia y Helene nunca se había sentido más humillada en toda su vida. 

Se sintió como una muchacha estúpida y torpe, y se quedó ahí de pie frente al altar por un par de horas mientras los invitados se alejaban poco a poco dedicándole una mirada de lástima. 

Solo quedaron sus amigos, y sus hermanos, pero Helene no quería escucharlos, no quería oír a nadie, solo quería escapar de todo, de su vida sin sentido, así que dio media vuelta y se fue, dejando caer el ramo de rosas en el camino. 

¿A dónde iría? No tenía idea, solo quería buscar su propia vida. Apagó el celular y tomó lo último que tenía en la billetera y corrió al aeropuerto, desesperada, dolida, con los ojos hinchados de tanto llorar y el corazón roto. 

— ¿A dónde quiere ir? — le preguntó la recepcionista cuando Helene se acercó a comprar el boleto de avión. 

¿A dónde quería ir? No tenía idea. 

Levantó la cabeza para ver los destinos que estaban en una tabla tras la recepcionista y un cartel llamó su atención: 

“¿Has soñado con ser piloto toda tu vida? Únete al curso becado de Aeromaya y cumple tu sueño de ser el piloto que estás destinado a ser” 

Cuando era adolescente ese era su sueño, antes de entrar a la carrera de modelaje, sus padres se lo habían impedido.

Pero ahora, ya libre de la boda en la que se había enredado, Helene estaba dispuesta a retomar su vida donde la había dejado. 

《La piloto que estoy destinada a ser》 murmuró entre dientes. 

— Ahí — dijo y señaló al cartel — quiero ir a la ciudad donde Aeromaya impartirá el curso de pilotos — la mujer blanqueó los ojos. 

— Nunca se ha visto una mujer piloto en Aeromaya.

— Ya verás.

La ciudad estaba muy cerca, apenas a unos cuarenta minutos en avión, pero era casi como otro mundo, tan diferente que Helene se sintió abrumada. 

Pagó un hotel barato cerca del centro y salió del hotel a pasear un poco ya cayendo la noche. 

La ciudad era bonita, con edificios antiguos hechos en piedra y Helene se dejó llevar por las construcciones hasta que la tormenta que amenazaba comenzó a caer contra la ciudad. 

La calle estaba totalmente vacía, tanto que cuando los rayos comenzaron a caer Helene se aterrorizaba  accidentalmente irrumpió en una bodega… odiaba los rayos.

Adentro estaba oscuro, iluminado solo por un bombillo en la parte alta. 

En la bodega había un pasillo y Helene escuchó voces allí, así que avanzó, solo necesitaba alguien que la guiara de nuevo al hotel, pero cuando estaba a punto de asomar la cabeza escuchó un grito. 

— ¿Dime dónde está? — gritaba un hombre. 

— Ya le dije que no lo sé — le contestó otro suplicando. Helene asomó la cabeza despacio por la esquina. Y vio que un hombre alto y moreno tenía a un policía atado a una silla. 

— Si eso es verdad, entonces no me sirves — y dicho esto, el moreno disparó en la cabeza del policía y su cuerpo cayó al suelo. 

Helene dejó escapar un grito de terror acompañado de otro relámpago. 

— ¡Te dije que cerraras la puerta! — le gritó el moreno a otro que estaba ahí y le apuntó a Helene. 

La joven dio media vuelta y salió corriendo, pero a medio camino por la bodega se topó con otro policía que la agarró por los hombros. 

— ¡Por favor, déjeme ir! — le suplicó — Juro que no vi nada, sólo entré para escapar de la lluvia. — el hombre la miró a los ojos. 

— Lástima que vieras algo que no debías. Niña — Helene sacudió la cabeza y la expresión del hombre cambió, sacó el arma que tenía y le apuntó a la cabeza. 

— ¡No!

— ¡Espere! — el hombre moreno llegó con ellos — no puede matarla… ¿no sabe quién es? 

— No me importa quién sea, sólo sé que los muertos guardan secretos.

Cuando levantó el arma hacia la cabeza de Helene un fuerte relámpago cortó la luz y todo se llenó de oscuridad. Cuando la bombilla se apagó la joven aprovechó para correr hacia la puerta. 

Los hombres le gritaron, pero ella corrió y cuando cerró la puerta tras ella un disparo se escuchó. 

Los hombres salieron y comenzaron a perseguirla por las calles. 

El cuerpo de Helene se empapó y la ropa parecía pesarle una tonelada mientras corría. 

Se metió por un callejón, pero el policía logró alcanzarla, la tomó por el hombro e hizo que perdiera el equilibrio cayendo al suelo y raspándose los codos. 

Desde arriba el hombre le apuntó con el arma y Helene gritó: 

— ¡Ayuda! — pero nadie acudió a su rescate — ¡Ayuda! 

— ¿Tus últimas palabras? — le preguntó el policía y Helene lo miró con desafío, el miedo se transformó en rabia. 

— No para ti.

Justo antes de que el policía apretara el gatillo, algo pasó volando y le golpeó la muñeca haciendo que el arma saliera volando lejos, era la tapa de un basurero que rodó más allá junto al arma. 

Helene volteó a mirar, por la entrada del callejón se logró ver la silueta de un hombre alto y fornido. 

El otro acompañante del policía corrupto estaba en el suelo ya sometido por el desconocido. 

— ¡Déjala! — dijo el misterioso recién llegado.

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