Capítulo LIV
Maximiliano
—¡¿Cómo pudiste, mamá?! —repito, pero esta vez mi voz ya no tiembla. Suena rota, furiosa, irreconocible incluso para mí.
Greta se queda inmóvil, con los labios entreabiertos y la sábana apretada contra el pecho. Gustavo intenta levantarse, pero lo detengo con una mirada. Si da un paso más, lo mato.
—Maximiliano… —balbucea ella—, no es lo que crees.
—¿Ah, no? —le lanzo, la voz cortante—. Entonces explícame qué está pasando aquí.
Greta me mira como si yo fuera un extraño, como si mi furia le resultara predecible y aburrida. Sus dedos aprietan la sábana hasta hundir las uñas en la tela. La respiración se le acelera; intenta recomponer una dignidad que ya no existe.
—No lo entiendes, Max —dice en un susurro que raspa—. Hice lo que tenía que hacer por la familia. Por el apellido. Por ti.
—¿Por mí? —repito, la incredulidad me arranca un hilo de risa amarga—. ¿Hacerme creer que mi padre murió por accidente? ¿Fabricar pruebas? ¿Mandar a callar a quien se interpusiera?