Capítulo LIII
Maximiliano
Después de tantos problemas, por fin llego a casa.
El peso del desfalco millonario de la empresa me aplasta los hombros; cada paso me sabe a derrota. Me siento agotado, estresado, sin saber qué hacer ni por dónde empezar a arreglar el desastre.
Voy directo a mi habitación, solo quiero encerrarme y no pensar. Pero al subir las escaleras, escucho voces.
Vienen de la recámara de mi madre.
Me detengo en seco.
Frunzo el ceño.
Es la voz de mi madre, pero hay otra… una voz grave, masculina… que por un instante se me hace demasiado familiar.
Quiero ignorarlo.
De verdad quiero hacerlo. Solo necesito descansar, olvidar el día, pretender que nada pasa. Pero mi madre no deja entrar a nadie a su habitación. Nadie.
Entonces ¿Quién demonios está ahí con ella?
Me acerco a la puerta, con el corazón golpeándome el pecho.
La voz se repite, baja, con ese tono insolente que jamás olvidaría.
Gustavo.
Me congelo.
No puede ser.
¿Qué hace él ahí… con mi madre?
El sonido de unas copas