Capítulo 4. Todo se ha complicado

Natalia gimió bajo y ronco, sacando a Julián de su sueño liviano.

—Natalia —la llamó, pero ella tenía los ojos cerrados.

—Tengo sed —se forzó a decir.

Natalia sentía la garganta seca, la cabeza le daba vueltas, pero se sentía mejor dentro de lo posible.

Julián se levantó, se pasó las manos sobre el rostro para espabilar. Se acercó a la mesa y sirvió un vaso con agua, volvió sobre sus pies.

—Te ayudaré —se ofreció, dejó el vaso sobre la silla donde había estado sentado y se acercó a Natalia.

Ella trató de no estremecerse; no era la primera vez que Julián la alzaba en brazos, pero sí la primera en la que estaba más consciente y la vergüenza la asaltó.

—Lo siento —se disculpó Julián al sentirla temblar.

Natalia no dijo nada, el nudo en su garganta no se lo permitía.

—Bebe —casi sonó a una orden, pero Natalia la atendió—. Tienes que hidratarte —añadió.

Aquella noche era la primera que Natalia pasaba sin fiebre; aun así, Julián veló su sueño.

—Gracias por estar aquí —le dijo cuando terminó de beber el agua.

—Te hice una promesa, Natalia. No hago promesas vacías. He consultado con un abogado para que lleve tu caso y puedas pelear la custodia de tus dos hijas.

Natalia casi dejó caer el vaso al escucharlo.

—No tengo dinero para pagar a un abogado —dijo, siendo su primera preocupación.

—Me haré cargo de eso.

—Julián, yo no puedo aceptarlo, yo…

—Tómalo como un préstamo —la animó, aunque Julián sabía que solo era para convencerla. Los gastos en litigios por custodias podían salir muy caros, más si se trataba de la familia Salvatierra.

—Mírame, Julián. Mira mis condiciones, ni siquiera sería capaz de plantar un solo grano de maíz o de frijol —refutó.

—¿Quieres recuperar a tus hijas?

—Más que nada en la vida —respondió con lágrimas en los ojos.

—Bien, entonces no busques excusas y acepta lo que te ofrezco, Natalia.

Natalia tenía miedo, no deseaba volver a ver a Efraín nunca más en la vida, pero era un sacrificio que tenía que hacer para recuperar a sus pequeñas. Tenía tanto miedo por ellas; Efraín era un tipo desalmado y sin corazón.

—Lo haré y luego, encontraré la manera de pagarte todo esto que haces por mí —le prometió.

Julián se sintió complacido al escucharla; el dinero era lo de menos. Él lo tenía y Natalia lo necesitaba.

Los siguientes días pasaron lentamente para Natalia; su recuperación física iba mejorando cada día, y Renata, la doctora que la atendió, lo había confirmado; sin embargo, las heridas que llevaba en el alma eran imposibles de borrar. Desde que Julián dejó de pasar las noches en la cabaña, las pesadillas la dejaban dormir poco. El recuerdo de lo que pasó se repetía una y otra vez en su cabeza, y sentía que cada vez lo volvía a vivir…

—Me pregunto, ¿en qué piensas? —Natalia se giró para encontrarse con Julián. Él la miraba desde las alturas, sentado sobre el lomo de un hermoso ejemplar. Se veía tan…, ella negó.

—En mis hijas, necesito verlas —susurró.

Julián bajó de su caballo con un brinco y estuvo de pie junto a Natalia.

—Las verás pronto, el abogado está haciendo todo lo posible para que puedas tenerlas contigo este fin de semana —le informó.

Natalia abrió sus hermosos ojos chocolates, asombrada, emocionada y asustada.

—¿De verdad?

Él asintió.

—Esperamos buenas noticias —le dijo, caminando hacia su caballo de nuevo y tomó la bolsa que venía atada a la silla—, para ti.

Natalia miró la bolsa, pero no la tomó.

—Anda, tómala —la instó.

Natalia agarró la bolsa con ciertas dudas.

—¿De qué se trata? —preguntó insegura.

—Ve adentro y míralo tú misma, espero tener un buen ojo —le sonrió.

Natalia no preguntó más, caminó hacia la cabaña, dejó la bolsa con cuidado sobre la mesa y la abrió.

Ella miró el vestido que venía en ella; era de un tono verde esmeralda. Natalia acarició la tela por encima; era de seda, suave y fina. Se armó de valor y lo sacó; su respiración se cortó, nunca había tenido algo tan bonito. Pese a haber sido la esposa de un rico hacendado, Ángel nunca le compró un vestido como ese, pues su mayor preocupación eran sus hijas. Ella nunca le cuestionó nada.

«¿Creíste que al casarte con Ángel ibas a tener la vida resuelta? Pobre tonta. ¿Nunca te preguntaste la razón por qué trabajaba de sol a sol y estaba poco tiempo en casa?

Natalia tragó el nudo formado en su garganta, pero no respondió.

—Es porque fue desheredado por mi padre en el momento que se casó contigo».

Natalia sollozó al recordar las palabras que Efraín le había dicho antes de que todo se convirtiera en un infierno.

«Ángel no tiene nada, depende de su trabajo. Es un simple empleado»

Los sollozos se hicieron más fuertes, haciendo que Julián se asustara y entrara a la cabaña con prisa, pero se detuvo al ver a Natalia sentada sobre la cama, con el vestido entre sus manos y llorando.

—¿Qué ha pasado? —preguntó él sin atreverse a acercarse—. ¿No te gustó?

Natalia negó.

—No es el vestido, Julián, es el gesto que has tenido conmigo. Es un vestido precioso —dijo.

Julián se tranquilizó.

—Es tuyo.

Natalia asintió.

—Gracias —susurró.

Luego de aquel momento, Julián salió al campo, hizo su recorrido como todos los días, volvió a Miramar para no levantar sospechas, pero en su cabeza ya había armado el plan para esa noche. Las vallas habían sido restauradas; se había encargado personalmente de hacerlo, fue la excusa que les dio a sus padres para dormir fuera de la hacienda por tantos días.

—¿Otra vez te quedarás afuera? —preguntó Wendy durante la cena.

Andrés y Laura se miraron, Diego se rio, y Aurora suspiró.

—Deja que Julián se quede fuera, no es un niño al que tengas que cambiarle los pañales cada cierto tiempo o darle el biberón. Él sabe lo que hace. Además, quizá se esté enamorando —señaló Aura.

—¿Enamorado? —cuestionaron todos al unísono.

—Pues a lo mejor, quien sabe. Igual tiene derecho, sea chico o chica. Lo que sea estará bien —completó Aurora, haciendo que Julián se pusiera rojo como un tomate.

—¿Un chico? —volvieron a preguntar todos.

—A ver, a ver, bájenle a la intensidad y tú Aurora, no hables de lo que no sabes. Ya quisiera verte montada sobre un caballo, trabajando de sol a sol todos los días y quedarte a cuidar el ganado y…

—Puedo ir, estoy preparada para hacerlo, pero ¿de verdad quieres que ocupe tu lugar? —preguntó elevando las cejas con sugestión.

Julián apretó los dientes.

—Me lo imaginé —dijo audaz la joven.

—Entonces, ¿chico o chica? —preguntó Laura, bebiendo un sorbo de su taza. La experiencia recién vivida con Daniel le había sorprendido, pero no le había molestado. Su muchacho seguía siendo su nieto, uno de sus amores más preciados.

—¿Puedo no responder?

Las risas fueron la respuesta, le estaban tomando el pelo y él, casi, casi se confiesa. Aunque, sinceramente, estaba viendo la manera de comunicarle a su familia la presencia de Natalia en las tierras de Miramar.

—Ve con cuidado hijo, no te olvides de que esos bandidos siguen libres. No quiero que te expongas.

El cuerpo de Julián se tensó; con todo lo que estaba pasando con Natalia, se olvidó de Gerónimo y su banda de delincuentes.

—Tengo que irme —dijo y sin más, salió del comedor como si el diablo le pisara los talones. Pasó por la cocina por su encargo, corrió hasta las caballerizas donde su caballo esperaba, subió a él y salió disparado hacia la cabaña de Natalia.

Los cascos del caballo golpearon la tierra alertando a Natalia de que ya no estaba sola. Ella se puso nerviosa; se había puesto el vestido que Julián le había regalado, pero enseguida se arrepintió, era muy bonito y…

—¡Natalia! —ya no tenía tiempo para cambiarse.

Julián abrió la puerta y se quedó de piedra al verla parada en medio de la cabaña, se había puesto el vestido…

Una sensación extraña sacudió el corazón de Julián, él hizo caso omiso y le mostró la bolsa que traía con la cena para Natalia.

—¿Asaltaste de nuevo la cocina de Miramar? —preguntó, intentando bromear y le funcionó.

—Algo parecido —respondió con una ligera sonrisa—. ¿Tienes hambre?

Natalia se sentía famélica; estaba segura de que tenía que ver con las vitaminas que Renata le había recetado luego de su pérdida.

—Mucha —susurró.

Julián asintió, pero contrario a lo que Natalia esperaba que hiciera, el joven vaquero cargó la mesa y la llevó afuera, volvió por las dos sillas y luego por Natalia.

—¿Qué haces? —preguntó confundida.

Julián se encogió de hombros; ni él mismo sabía lo que le llevó a hacer todo aquello, aun así, continuó, y cenaron bajo la luz de la luna y el cielo estrellado. Fue una velada silenciosa, pero muy cómoda y reconfortante para Natalia.

Esa noche, Julián volvió a dormir en la cabaña y Natalia pudo conciliar el sueño de nuevo. Durmió como un tronco hasta la luz de un nuevo amanecer que le traía más penas que alegrías.

Sobre el mediodía, Natalia recibió al abogado que Julián había contratado.

—Entonces, ¿qué noticias nos trae? —preguntó Julián ante el silencio de Natalia.

El abogado negó.

—Todo se ha complicado. La familia Salvatierra se adelantó a los hechos y denunció a la señora Villarreal por abandono de hogar. No ayuda mucho que no se le haya visto por el pueblo en estos días —dijo.

Natalia miró a Julián, estaba asustada.

—¡Ella fue agredida en las tierras de esa familia!

—No hay pruebas, ni testigos y dudo mucho que alguien quiera ir contra esa familia. El dinero todo lo puede —alegó el abogado.

Julián se levantó bruscamente, haciendo que la silla cayera sobre la tierra.

—Tiene que haber otra opción —dijo, mirando a Natalia; si ella confesaba el abuso que sufrió, quizá…, él negó tan pronto como la idea pasó por su cabeza.

—Seamos sinceros, señor Altamirano. La señora aquí presente no tiene nada que ofrecerles a esas niñas. No tiene ningún patrimonio a su nombre, no tiene empleo. Todo hace que las cosas se inclinen a favor de los Salvatierra, a menos que…

—¿A menos qué? —le urgió Julián con desesperación al ver el dolor en los ojos de Natalia; de nuevo estaba siendo agredida por esa familia.

—A menos que ella se case y tenga manera de proveerles a sus hijas un buen futuro…

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